El acto de limitar e ignorar los derechos fundamentales de todo individuo o de un grupo social por el color de su piel, origen étnico, sexo o preferencia sexual es y ha sido uno de los mayores problemas que han existido en la historia y en la propia actualidad. La discriminación e intolerancia hacia lo contemplado como “diferente”, conforman en nuestras sociedades un largo y complejo camino por abatir, ante la cultura de rechazo y segregación aun imperante a nivel mundial.
Durante la segunda mitad del siglo XX, una serie de movimientos sociales encabezados por grupos de protesta, manifestaron su inconformidad ante las injusticias que éstos protagonizaban entre la población estadounidense. Fue entonces, que alzaron la voz en diversos escenarios con la convicción de exhibir las desigualdades de tipo económico, político y social de las cuales eran víctimas. Feministas, afroamericanos, minusválidos, hispanos y nativos americanos, marcharon hacia un largo camino en defensa de sus derechos y la lucha en contra de la segregación presente en ese entonces.
Un proceso, sin duda alguna difícil por las disputas surgidas entre miembros de tales grupos y el resto de la población estadounidense e inspirado por ideas de líderes denominados “activistas”, quienes pugnaron juntos por un “progreso” en todos los sentidos, escudándose en que la educación constituiría la clave para el logro del mismo. Las diversas propuestas, encaminadas hacia el establecimiento de escuelas públicas que abrieran sus puertas a todo ciudadano sin distinción alguna, fue convirtiéndose poco a poco en realidad, aunque surgieran con ello numerosas aristas que pusieran a prueba qué tan eficiente había sido el denominado “progreso” alcanzado hasta el momento.
La educación, vista como el instrumento más poderoso que ayudaría a velar por una desegregación, no sólo fue vista como un canal hacia la disminución de las desigualdades de oportunidades propias de la época, sino como una herramienta para el avance de la sociedad estadounidense como tal en las siguientes décadas.
Ahora bien, la lucha contra el imperialismo cultural estadounidense de todos los tiempos, ha permitido entender de nuestra parte que el progreso en su sentido amplio no se logró como tal y que es muy ambicioso pretender que éste, se llevará a cabo en un momento determinado. El presente de Estados Unidos, afronta más que un problema de oportunidad educativa. En los últimos años, la desigualdad y exclusión en dicho país se ha venido acentuando. Cada vez, se incrementa la diferencia entre ricos y pobres, por tanto las consecuencias de esta situación son múltiples y ya están produciendo importantes cambios en la dinámica económica, la estructura social y la participación política.
Entendiendo que los derechos humanos, son privilegios que todos gozamos y que son la libertad e igualdad, aquellos principios que promueven el aprecio por los mismos, resulta preocupante cómo en dicho país se ignoran éstos y se da apertura a la discriminación, intolerancia y exclusión entre quienes conforman parte de su estructura social.
Considero que el conocimiento de las diversas manifestaciones culturales, el respeto de los derechos humanos y el fomento de la pluralidad de ideas y opiniones son algunas formas de acabar con los prejuicios y la intolerancia, no solo de Estados Unidos sino del mundo, pues es mediante una actitud receptiva y abierta que pienso, puede terminarse con aquellos problemas que limitan la convivencia humana en todos sus sentidos.
Por: Maryneé Guadalupe Delgado Rodríguez
Tyack, David y Larry Cuban (2000), “Una nueva política de progreso”, en En busca de la utopía. Un siglo de reformas en las escuelas públicas, México FCE/SEP (Biblioteca para la actualización del maestro), pp. 55-60.