Entender la calidad como un objeto deseable, conlleva a replantearse de forma constante qué aspectos deben mejorarse en todo sistema educativo. Como es bien sabido, la escuela fue creada para transmitir una serie de valores acordes a una organización institucional tradicional relacionada con la conformación de un proyecto de nación, pero el proceso de cambio social actual nos obliga a reformular las preguntas sobre los fines de la educación sobre quiénes asumen la responsabilidad de formar a las nuevas generaciones y sobre qué legado cultural, qué valores, qué concepción de hombre y de sociedad deseamos transmitir.
De esta manera, partimos de la base de que aceptamos un proceso de transformación en el ámbito educativo y social, que nos muestra la aparición de nuevas formas de organización. En este tenor, conviene destacar cuán importante es establecer un marco de acción donde se configuren aquellas metas encaminadas a preparar a los estudiantes para el mundo transformado (Boyer, 1983).
De acuerdo al conjunto de prioridades establecidas en la agenda de acciones del sistema estadounidense, puedo identificar una abundante similitud con aquellas propuestas que desde décadas pasadas, se han pretendido llevar a cabo en nuestro país. Si bien, las ideas planteadas por Boyer están diseñadas en la búsqueda de la excelencia en la educación de su país, es notable que éstas deberían ser la prioridad en cualquier sistema educativo, si lo aterrizamos al nuestro, es evidente que estaríamos hablando de un incremento en calidad educativa sin embargo, por las condiciones de tipo económico, político y social del mismo éstas, nos hacen pensar que sería una verdadera utopía el llevarse a cabo dicha aplicación.
Si duda alguna, pensar en una definición de metas y propósitos claros para todos los involucrados en el proceso educativo, un currículo firmemente consolidado, que coadyuve en un sentido amplio el fortalecimiento de los procesos de enseñanza y aprendizaje, pensar en una real iniciativa de renovación de la profesión con finalidades claras del por qué y para qué es necesaria, aunado a un liderazgo pertinente de autoridades educativas y escolares, además de un compromiso institucional y público, conformarían la clave para mejorar las condiciones de la educación de México.
Ahora bien, ¿Cómo contribuir en el proceso de mejoramiento de la calidad educativa?, es una interrogante fácil de responder pero muy difícil de llevar a cabo. Por lo general, como estudiantes, como maestros y como miembros de la propia sociedad, estamos acostumbrados a que nos den todo en la mano, a no dar más de aquello que obtenemos.
Ante esta realidad de todos los tiempos y que impera en nuestros días, es menester que como estudiantes normalistas y futuros profesionales de la educación, vayamos consolidando una mentalidad conscientizadora, reconociendo ante todo que nuestro país actualmente sigue combatiendo el enorme monstro de la ignorancia. Por ello, debemos adquirir responsabilidad de lo que implica formar y educar a miles de niños y jóvenes además de, compromiso para favorecer y propiciar el trabajo colegiado, la formación continua y profesionalización, todo esto como parte fundamental de quienes estamos involucrados en la educación.
En este sentido, debemos entender que la calidad requiere de la contribución de todos, porque los beneficios de ésta son para todos, convendría realmente cuestionarnos ¿de qué manera estamos contribuyendo para alcanzarla?
Boyer, Ernest L. (1983), [“La secundaria, una agenda para la acción”] “High school: An agenda for action”, en High school. A report on secondary education in America, Nueva York, Harper & Row, Publishers, pp. 301-319.
Por Maryneé Guadalupe Delgado Rodríguez